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Nació en Barcelona en 1942, ciudad en la que llevó a cabo su formación primaria y media, hasta 1960 en que iniciaba la carrera de Filosofía y Letras que prosiguió en las Universidades de Pamplona y Madrid hasta obtener la licenciatura en la de su ciudad natal en 1964 con una tesis titulada Alma y bien según Platón; si bien durante el año 1962 estudió filosofía y germanística en las Universidades de Bonn y Colonia; y en 1965 iniciaba su actividad docente como ayudante y adjunto de filosofía en las Universidades Central y Autónoma de Barcelona, marchando en 1972 a América donde permaneció un año dictando cursos y pronunciando conferencias en Brasil y Argentina.
Nuevamente en España, en 1976 reanudaba su docencia como profesor de estética en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, de la que en 1986 era nombrado catedrático de aquella misma disciplina, cuando ya en 1980 había obtenido el doctorado con un trabajo titulado El lenguaje del perdón (Un ensayo sobre Hegel). En 1992 es nombrado catedrático de Historia de las Ideas de la Universidad Pompeu Fabra de la Ciudad Condal, en la que permanece actualmente.
Paralelamente a su actividad docente, ha llevado a cabo otros cometidos académicos: en 1977 fundaba con X. Rubert de Ventós, J. Llovet y A. Vicens el Collegi de Filosofía de Barcelona extinguido diez años más tarde; de 1984 a 1985 fue miembro del Consell Asesor de la Conselleria de Cultura de la Generalidad de Cataluña, y de 1986 a 1992 director del Departamento de Composición de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Mientras, su brillante labor literaria ha sido galardonada con numerosos premios: en 1974 Premio Nueva Crítica por su libro Drama e identidad; en 1976 Premio Anagrama de Ensayo por su obra El artista y la ciudad; en 1982 Premio Nacional de Ensayo por Lo bello y lo siniestro, y en 1995 recibía el Premio Internacional Friedrich Nietzsche.
Eugenio Trías, uno de los escritores más beligerantes de nuestra cultura patria actual, posee en su haber literario una larga serie de volúmenes, cuyos títulos expresan la variedad de sus inquietudes dirigidas a los más diversos aspectos de la realidad, desde una perspectiva eminentemente estética, adecuada a un hombre que confiesa haber sentido una gran vocación musical en su juventud, que experimenta un gran interés por la pintura y que ejerce su docencia desde una cátedra de la Escuela de Arquitectura, pero que ofrece en todas sus páginas el denominador común de la búsqueda filosófica.
En cuanto a su técnica de trabajo y usando un "estilo que, a pesar de ser expositivo, lo posibilita y lo dispara hacia reflexiones de orden poético en el sentido de que tengan algún elemento lírico en ellas" (J. García Sánchez, ob. cit., p. 169), su forma preferida es el ensayo, que le proporciona una gran versatilidad para el tratamiento de numerosísimas cuestiones surgidas al hilo de lecturas o de la observación de su entorno social y cultural, y que a modo de fotogramas puedan ser después ensambladas en series más amplias de acuerdo con su unidad temática, dando origen así a la mayor parte de sus libros. Y, en efecto, él mismo ha comparado su actividad literaria con la de la filmación: "Para escribir hago como los directores de cine. Ruedo. Voy rodando... y luego empieza el proceso de montaje" (F. Arroyo, ob. cit., p. 260). Es así como a través de los años se ha ido gestando el ya largometraje de su obra personal, fraccionario en su aparición, pero con un decidido propósito de totalidad en sus objetivos.
Lector impenitente desde su más temprana juventud, nuestro autor, que se declara deudor en la formación de su patrimonio filosófico de numerosos pensadores: Platón, a quien llama su "ángel de la guarda, el filósofo que más he perseguido incluso conectándolo con otras fidelidades" (Ibid., p. 250), y al que consagró su tesis de licenciatura, Spinoza, Leibniz, Hegel, Nietzsche, Marx, Heidegger, Sartre, Habermas y Benjamín a quien considera su autor de cabecera; también Rilke, Thomas Mann o Denis de Rougemont, parte en un primer momento de su andadura intelectual del estructuralismo de Foucault y de Levi-Straus, a los que abandona pronto para proceder por su cuenta a una revisión rigurosamente crítica de la herencia recibida, golpeándola en todas direcciones hasta despojada de toda su obra muerta, y hacer de ella tabla rasa de la que sólo emergen unos pocos principios que quedaron incólumes y sobre la que pudo esparcir las semillas de sus propias inquietudes, y a partir de cuya germinación siguió su personal trayectoria orientándose desde entonces hacia diversos ámbitos de la filosofía: primero hacia la estética, luego hacia la filosofía primera, posteriormente hacia la filosofía de la religión y en los últimos tiempos hacia la ética y hacia una reflexión sobre lo que somos.
Pero por debajo de esta variedad y sucesión de intereses E. Trías, que de alguna manera pone a la base y como cimiento de su arquitectura intelectual la noción de substancia de Spinoza entendida como poder omnipresente, lo que tiñe su pensamiento de un cierto panteísmo, y sirviéndose con frecuencia de la metáfora y la paradoja como medios dislocadores de los valores tradicionales e inversores en muchas ocasiones de su sentido, desarrolla una filosofía de lo lúdico que desmitifica y diluye la realidad en un juego trágico y minimiza al sujeto hombre hasta convertido en algo casi evanescente en medio de una fiesta universal en la que la vida, la muerte, el amor, el malo la libertad pierden su sentido, la consigna podría ser "dispersión", esto es, "una holganza a través de las palabras y de las cosas" (La dispersión, p. 14).
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