CAMPOAMOR Y CAMPO-OSORIO, Ramón de

  Nació en Navia (Asturias) el 24 de septiembre de 1817. Estudió humanidades en la cercana localidad de Puerto de Vega y filosofía en Santiago de Compostela, pasando poco después a Madrid, donde cursó lógica y matemáticas en el Colegio de Santo Tomás y medicina en el Colegio de San Carlos, aunque abandonó pronto estos estudios para dedicarse por entero al cultivo de la literatura. En 1837 empezó a publicar algunas composiciones poéticas de estilo romántico, dando a conocer otras en lecturas del Liceo artístico de Madrid, que en 1840 agrupaba en un volumen titulado Ternezas y flores, y en 1842 daba a la estampa otro volumen, Ayes del alma y un tomo de Fábulas. Al reformar las Cortes, la Constitución de 1837 publicó su Historia crítica de las Cortes reformadoras, que le permitió ingresar como redactor en el periódico El Español, con lo que iniciaba su carrera política; en 1846 fue nombrado consejero real, en 1854 fue sucesivamente gobernador civil de Alicante y Valencia, y tres años más tarde era elegido diputado a Cortes por el partido conservador, pronunciando un importante discurso sobre la libertad de imprenta; fue oficial primero de la subsecretaría de Hacienda, Director general de Beneficencia y Sanidad, consejero de Estado y académico de la Lengua desde 1861 y senador del Reino. De inquebrantable filiación monárquica, gozó de la amistad personal de Isabel II y de Alfonso XII y de su intachable gestión pública se ha podido afirmar que «ha sido el único español que después de figurar en política más de cincuenta años consecutivos, no conoció enemigo personal». Falleció en Madrid el 12 de febrero de 1901.

  Poeta y filósofo a un tiempo, pero de temperamento más lírico que especulativo, sus producciones en verso se benefician de su no despreciable caudal ideológico en la misma medida en que sus obras doctrinales adolecen de un cierto intuicionismo lírico que menoscaba su rigor científico; de aquí que mientras que se ha podido afirmar que «las Doloras es un libro de filosofía poetizada, sus escritos filosóficos hayan merecido juicios mucho menos benévolos». (L. Vidart, La filosofía española, p. 133 s.) M. Méndez Bejarano escribe al respecto: «Sus obras filosóficas, La filosofía de las leyes, El personalismo, Lo absoluto, El idealismo, y la Metafísica y la poética, ofrecen un conjunto de ideas tan agradables como inconsistentes en que la sutileza suplanta a la reflexión». (Historia de la filosofía en España, p. 508 s.). Más expresivo aún es el juicio de Menéndez y Pelayo: «Su filosofía es humorismo puro, en que centellean algunas intuiciones felices, que demuestran que el espíritu del autor tenía alas para volar a las regiones ontológicas, si se hubiera sometido antes a la gimnasia dialéctica». (Historia de los heterodoxos, vol. II, p. 1.173).