FURIÓ Y CERIOL, Fadrique
Nació en Valencia en 1527, en el seno de una familia, varios de cuyos ascendientes habían combatido al servicio de Martín I y Alfonso V de Aragón en las campañas de Sicilia, Córcega, Cerdeña y Nápoles. Estudió humanidades, especialmente retórica, en la Universidad de su ciudad natal, pasando después a la de París, donde tuvo por maestros a Ornar Talón, Adriano Turnebo y Pedro Ramus, de quien heredó la convicción de que la razón debía predominar sobre la autoridad. Marchó después a la Universidad de Lovaina, donde tuvo por condiscípulos a Felipe de la Torre, Juan Páez de Castro y Fox Morcillo, y publicó sus lnstitutionum Rethoricorum y polemizó con un siciliano llamado Bononio, profesor de teología, de talante conservador, defendiendo la conveniencia de traducir los Libros Sagrados a la lengua vulgar. Los resultados de esta polémica los daría a la estampa en 1555 hallándose en Alemania como miembro del séquito de Carlos I, y sólo la protección imperial consiguió librarlo de ser procesado por la Inquisición, para lo cual el César lo envió a España recomendándoselo como fiel servidor a Felipe II, a cuyo servicio personal nuestro autor se mantuvo hasta su muerte, acaecida en Valladolid el 12 de agosto de 1592.
Furió poseyó una riquísima personalidad, enraizada en los fondos culturales del Renacimiento y a la vez abierta a los aires renovadores de la Reforma que aspiró intensamente, aunque siempre dentro de la más estricta ortodoxia católica. Esto es perfectamente perceptible en el Bononia, en el que defiende con todo género de argumentos la conveniencia de que los Libros Sagrados sean puestos en lengua vulgar al alcance de todos los cristianos, afirmando que las herejías no surgen de que la Biblia sea accesible a todos, sino de la soberbia racionalista de los filósofos (Bononia, p. 287-298), y que todos los argumentos esgrimidos contra la traducción a lenguas vulgares de la Biblia son válidos contra la Biblia misma, por lo que si se prohíben sus versiones vulgares, también debería prohibirse la Biblia como tal (Ibid., p. 347 y ss.).
Concejo y Consejeros de Príncipes, del que se ha dicho «que es el mejor libro -sobre esta cuestión-, superior al de Felipe de la Torre, Monzón o cualquier otro de los muchos que se publicaron sobre el tema» (Vega, P., Antología, p. 11) es, en realidad, el prólogo al libro I del tratado V que debería comprender ocho libros de una magna obra, Institución del Príncipe, que trataría de la definición del príncipe, de los orígenes de la institución real, de las fuentes de su poder, de las artes y virtudes necesarias al príncipe, de su educación en las diferentes edades, de los deberes recíprocos de los vasallos y del soberano, de los principios de gobierno, según que la posesión tenga por origen la herencia, la elección, la fuerza o la astucia, y, finalmente, del concejo y los consejeros del príncipe. A través de las pocas páginas aparecidas de esta ciclópea empresa, que jamás llegó, por desgracia, a realizarse, crepita la misma llama de modernidad que en los escritos de Erasmo, con cuya Institutio se ha podido comparar afirmando que hubiera sido «más realista que la Institutio, pero tan humana como ésta» (Bataillon, M. Erasmo..., p. 631).