GARCÍA DE CARTAGENA, Alfonso
Nació en Villasandino (Burgos) en 1385 o 1386, en el seno de una importante familia judía, aunque siendo aún niño, el 21 de julio de 1390, su padre, Salomón Leví, abrazó el cristianismo adoptando el nombre de Pablo de Santa María, y con él el resto de la familia. Estudió después con los dominicos y más tarde leyes en Salamanca, doctorándose hacia 1406. Nombrado en fecha incierta maestrescuela de Cartagena, de cuya diócesis su padre era obispo, en 1415 era ya auditor de la Audiencia Real de Castilla, y poco después recibía los nombramientos de deán de Santiago (1416) y de Segovia (1419). Con todo, el gran prestigio de que gozó en su tiempo lo debió, tanto a su sólida formación jurídica como a sus excepcionales dotes diplomáticas de que dio muestras al servicio de Juan II de Castilla, quien lo envió primeramente (1421) a Portugal para firmar la paz con aquel reino, y después al concilio de Basilea (1434) ante el que dio muestras de su extensa formación canónica con la lectura de su Defensorium fidei, al tiempo que cuidaba de los intereses castellanos, defendiendo la preeminencia de la legación española frente a la inglesa y redactaba sendos documentos reivindicando frente a Portugal la propiedad de las Islas Canarias por derecho de conquista y la presencia de Castilla en el Norte de Africa. Y aún desde Basilea prosiguió su viaje hacia los confines de Europa, entrevistándose en julio de 1438 en Breslau con Alberto, rey de los romanos.
Vuelto a España en 1439, después de haber asistido a la dieta de Maguncia, se incorporó a la diócesis de Burgos, para la que había sido elegido en 1435, y en ella permaneció entregado a una intensa labor literaria hasta su muerte, acaecida el 23 de junio de 1456, a su vuelta de un viaje a Santiago de Compostela para alcanzar las gracias del año jubilar.
Alonso García de Santa María o de Cartagena, como prefirió llamarse a partir de 1441, es una de las figuras que primero y más decisivamente contribuyeron a la introducción del humanismo renacentista en España, a partir, sobre todo, de la polémica epistolar sostenida con Leonardo Bruni de Arezzo en torno a la traducción que éste había llevado a cabo de la Etica a Nicómaco, y en cuyo prólogo se pronunciaba por las nuevas formas humanistas. Alonso de Cartagena que conoció esta traducción en 1424, mientras invernaba con la corte en Salamanca, donde le fue mostrada al parecer por un sobrino de Fernán Pérez de Guzmán, escribió una carta dirigida a un optimus vir ferdinandus en defensa de la traducción de Guillermo de Moerbecke y rebatiendo los criterios utilizados por el Aretino, aunque su posterior y prolongada estancia en Europa acabaron ganándolo para las nuevas formas renacentistas frente a la rígida escolástica en que se formó, y dentro de este nuevo estilo llevó a cabo varias traducciones anotadas de Séneca y de Cicerón, autores muy del gusto de los humanistas italianos, de los que, sin embargo, se distingue por su mejor espíritu crítico que le permite rechazar en sus glosas a la traducción de los escritores paganos, aquellos extremos que no resultaban claramente compatibles con la doctrina cristiana; e idéntico espíritu renovador de sesgo senequista se advierte en sus obras propias como el Doctrinal de caballeros, Oracional de Fernán Pérez, Anacephaleosis, o la Genealogía de los reyes de España, por lo que se ha podido escribir con justicia que «de todos los autores eruditos españoles que vivieron durante la primera mitad del siglo XV, es Alonso de Cartagena quien muestra un conocimiento más profundo de los ideales culturales humanísticos que, desde Italia, se esparcían por el resto de Europa» (Di Camillo: El humanismo castellano..., página 128).