NÚÑEZ, Pedro Juan

  De ilustre familia -era sobrino de don Jerónimo Núñez, regente del Supremo Consejo de Aragón-, nació en Valencia hacia 1522, y en aquella ciudad llevó a cabo su formación también la universitaria, graduándose de bachiller el 15 de mayo de 1546, y recibiendo el magisterio en artes el 19 de aquel mismo mes y año. Marchó después a París donde escuchó las lecciones de Adriano Turnebo, Audomaro Taleo, Jaime Carpentier y sobre todo de Pedro Ramus, del que fue seguidor por algún tiempo; y vuelto a Valencia, en 1548 ocupaba una cátedra de griego en su Universidad, pasando en 1553 a la de súmulas, en 1554 a la de filosofía y en 1556 a la de retórica, que retuvo hasta 1563 en que, requerido por las autoridades académicas de Zaragoza, marchó a aquella Universidad para desarrollar en ella un curso completo de filosofía, aunque prolongó su estancia explicando la retórica y la poética de Aristóteles, hasta 1581 en que regresó a Valencia para impartir sendos cursos de griego y retórica, a cuyo término en 1583 marchaba a la Universidad de Barcelona, también como profesor de griego y retórica, sin duda las especialidades en que brilló a mayor altura, manteniéndose en aquel Estudio General hasta 1598.

  Vuelto a Valencia, fue nombrado superintendente y examinador de su Universidad, a la que el 23 de abril de 1599 representaba con un elegantísimo discurso ante sus Católicas Majestades durante la visita que Felipe III, recién iniciado su reinado, giró a la Universidad de la ciudad del Turia. Su muerte acaeció en esta ciudad el 12 de marzo de 1602, sin que nunca hubiera abrazado el estado eclesiástico, como en algún momento se supuso.

  P. J. Núñez fue uno de los grandes helenistas españoles de su tiempo y quizá la máxima figura del helenismo valenciano, cuyo Estudio General contaba con cátedra de griego desde 1524 y en la que nuestro autor inició su aprendizaje teniendo como maestro a Miguel Jerónimo de Ledesma, al que después sucedería en la titularidad de aquella, y que completó en Francia junto al también famoso helenista Adrián Turnebo. Con todo, el conocimiento de la lengua griega es tan sólo un aspecto más de su polifacética personalidad que se extendió también a los ámbitos de la gramática, la retórica y, al más importante para nosotros, de la filosofía, en el que asimismo llegó a gozar de una altísima reputación haciendo exclamar a G. Scioppio: «Philosophorum et Philosophiae Peripateticae facile Princeps, et graecarum et latinarum litterarum notitia sermonisque elegantia nemini secundus» (Consult. de Scholar. Stud. ratione).

  Como filósofo, ya se ha indicado que fue discípulo en París de Pedro Ramus, cuyas doctrinas siguió por algún tiempo, siendo para el historiador alemán de la lógica W. Risse «el primero de sus discípulos españoles» (Ob. cit. Vol. I, p. 164), si bien posteriormente las abandonó para volver al estudio y enseñanza del Aristóteles clásico, cuyos textos podía manejar y explicar con autoridad a partir de la lengua originaria y que efectivamente analizó en un conjunto de obras que M. Solana divide en metodológicas, dialécticas, físicas y de historia de la filosofía, sin que en ninguna de ellas pueda advertirse algún rasgo de originalidad digno de mención, a no ser en las primeras, las metodológicas, en las que identifica método y pedagogía como en el Ratio methodi, opúsculo introductorio al lnstitutionum Physicarum.

  Del método en general se ocupa en un tratado De methodo, que quedó manuscrito y se halla incompleto, y en el que después de analizar las definiciones que del mismo dan Galeno y Aristóteles, expone la suya propia en los siguientes términos: «Est ergo methodus collocatio argumentorum ut nomen argumenti dicatur et de argumentatione»; y de su aplicación al estudio de la filosofía trata en De studio philosophico..., obra escrita en 1594, aunque publicada muchos años después, y en la que expresa con gran minuciosidad el método filosófico a través de los requisitos precisos para la organización de un curso de filosofía. Divide las obras de Aristóteles en acromáticas, exotéricas y sintagmáticas. Establece las condiciones que debe reunir el estudiante -ingenio, memoria, esfuerzo y perseverancia-; habla después de las características del maestro, de las obras más importantes para estudiar cada una de las escuelas, y, en fin, determina el orden en que deben aprenderse las diversas materias: la lógica; la filosofía especulativa, cienda de las cosas divinas y humanas, que divide en física, matemáticas y filosofía primera o metafísica; y filosofía práctica, que abarca la ética y la política.