SAGRA, Ramón de la
Nació en La Coruña el 8 de abril de 1798, y en aquella ciudad inició su formación, pasando después a Santiago de Compostela donde empezó la carrera de Ciencias Naturales que concluyó en Madrid en 1820, adquiriendo muy pronto notoriedad en los ambientes intelectuales de la Corte, lo que propició que tres años más tarde fuera nombrado director del Jardín Botánico de La Habana (Cuba) y catedrático de esta disciplina en su Universidad.
En Cuba, donde permaneció a lo largo de doce años, llevó a cabo importantes estudios de botánica y agronomía, clasificando multitud de plantas de su variadísima flora y realizando numerosos análisis de sus diversas producciones agrarias y de los métodos de explotación empleados hasta entonces, y de todo lo cual da cuenta en varios libros, folletos y en una revista fundada en 1827: Anales de Ciencia, Agricultura, Comercio y Artes, que vió la luz durante cuatro años, y sobre todo en su Historia económica, política y estadística de la Isla de Cuba, aparecida en 1831.
En 1835 abandonó la isla trasladándose a los Estados Unidos, por donde viajó durante un tiempo asimilando una nueva cultura que, sin abandonar por completo sus antiguas ocupaciones botánicas, despertó en él un hasta entonces desconocido interés por el estudio de las sociedades y las civilizaciones humanas, y con ello el afán de una nueva ciencia que garantizara la felicidad de los hombres. De aquel viaje da cuenta en su libro Cinco meses en los Estados Unidos de América del Norte.
Vuelto a España aquel mismo año se dedicó febrilmente al estudio de la economía política para cuyo mejor conocimiento realizó varios viajes por Europa, pronunciando en 1838 un importante curso en el Ateneo de Madrid sobre estas materias que fue muy comentado. Y también por aquellos años inició su vida política como diputado a Cortes por La Coruña a partir de 1837; si bien esta actividad alcanzó poca relevancia dentro de la globalidad de su vida, entre otras razones por sus prolongadísimas estancias en el extranjero, sobre todo en Francia, donde a partir de 1832 emprendió la publicación de su gran obra Historia física, política y natural de la Isla de Cuba, y donde también intervino en las más importantes controversias políticas y doctrinales desde posiciones próximas a las de Proudhon, en cuyo periódico Le Peuple colaboró.
Son los años en que efectúa el tránsito de su interés por las cuestiones puramente económicas a las de carácter eminentemente social que constituyen la tercera y tal vez más relevante etapa de su evolución intelectual y en la que adquirió una gran celebridad, siendo nombrado miembro del Instituto Francés y de la Academia de Ciencias de aquel país.
En España, entre tanto, había iniciado la publicación de dos revistas, Guía del Comercio, en 1842, y Revista de los intereses materiales y morales, en 1844, y que, redactada por él mismo en su totalidad, tuvo una efímera existencia. Mas, como queda dicho, también en su edad madura su vida transcurrió más allá de nuestras fronteras, residiendo o viajando por diversos países de Europa, lo que puede explicar de alguna
manera el olvido que ha rodeado y aún rodea en nuestras letras su figura, pese a la gran calidad, variedad y extensión de su obra. Y fue en uno de estos viajes cuando le sorprendió la muerte en París un 25 de mayo de 1871.
Romántico por naturaleza y por la época en que le tocó vivir, utopista por alteza y pureza de las metas a las que aspiró, y filántropo de variado matiz a lo largo de toda su existencia, Ramón de la Sagra dejó a su muerte una copiosa producción escrita relativa a las ciencias de la naturaleza y compendiada en alguna medida en su ya citada Historia física, política..., en cuyos catorce volúmenes reúne trabajos propios y ajenos sobre geografía en el primero, economía agraria en el segundo, seis de zoología, cuatro de botánica y dos de análisis demográficos.
Con todo, son sus escritos y especulaciones de carácter sociológico los que más importan en este lugar y en los que, llevado de su amor a la humanidad, formó parte de la Sociedad Filantrópica fundada en 1838 para velar por la suerte de los penados y la suavización de los regímenes penitenciarios, preocupación de la que ya da cuenta en su Diario de viaje; y también por aquellos años estudió algunos escritos de Krause, siendo el primero que dio noticias de aquel filósofo y de Ahrens entre nosotros, durante el ya mencionado curso pronunciado en el Ateneo de Madrid. Todo ello lo orientó hacia un socialismo utópico, próximo a veces al anarquismo, y en el que militó por largos años, hasta el ocaso de sus días cuando sus motivaciones políticas se fueron trocando en religiosas para arribar a un acendrado catolicismo de tonos místicos.